miércoles, 23 de septiembre de 2009

La primera hora de la mañana

Te veo allí inmóvil en esa primera hora de la mañana, invitándome a acercarme a aliviar el estremecimiento que tengo en la piel al verte. Imposible resistirme, voy hacia ti perdida en el impulso de poseerte, de sentir tu olor, de fundirme con tu aroma y perder la noción del tiempo. Cierro los ojos, te siento en mis labios, reconociendo tu sabor, extrañando tu breve contacto cuando aún lo tengo como si fuera la primera vez que te tengo y la última que te poseo. Te separo de mí, casi con brusquedad sintiendo en mi cuerpo el rastro de tu presencia, sólo para saber que te necesito urgentemente y no puedo estar sin ti.


Finalmente me doy por vencida y me entrego al maravilloso acto de placer matutino de tomar la primera taza de café del día.

Hoy la única receta a compartir es que el mejor café del mundo es el que se toma en una excelente compañía.