miércoles, 9 de diciembre de 2009

Sandwich de Mortadela

Dicen que las primeras experiencias marcan tu vida, los primeros años de vida, la primera maestra del kinder, el primer amor, la primera desilusión por sólo mencionar algunas... de la misma forma en nuestra vida laboral las primeras experiencias determinan y alteran nuestra perspectiva ante el trabajo, los compañeros, los objetivos.


 
Ser el primer jefe de una persona es una responsabilidad muy difícil, requiere paciencia, interés verdadero, saber cuándo estar y cuándo dejar que se desarrollen, entender por las palabras no mencionadas y los silencios que gritan…. Y hay que saber no sólo oír sino escuchar.

 
Yo recuerdo con mucho cariño a mis dos primeros jefes: Manuel y Militza. Dos jefes absolutamente diferentes en sus métodos, formaciones e historia cuya única coincidencia es que gustaban de comer sandwiches a la hora de la comida para aprovechar al máximo el día.

 
Manuel un líder de proyecto desordenado tanto en su vida laboral como personal, bromista, fumador empedernido, un apasionado en el logro de objetivos comunes por encima de los individuales que creía fervientemente que una manada va siempre a la velocidad del búfalo más lento. Gracias a él manejé mi primer contrato, asistí a la primera junta con patrocinadores, fui líder de un proyecto. Aprendí a que no lo sólo se requiere saber, sino compartir lo que sabes, que la mejor práctica no es aquella que en una única ocasión funciona sino la que se puede hacer todos los días y que nos permite saber en qué podemos mejorar, aprendí que sin un equipo que te apoye no llegarás a ningún lado y para tener un equipo que te apoye debes apoyar a cada uno de ellos al doble de lo que ellos están dispuestos a apoyarte. Su más grande lección fue que cuando eres cabeza de un equipo el triunfo de tu gente es sólo de ellos y que cuando hay errores o problemas debes ser el primero en asumir la responsabilidad.

 
Militza… a pesar de que hace años que no es mi jefe sino amiga siempre seguirá provocando gran admiración en mi, independientemente de sus doctorados, sus logros, sus altos puestos en las diferentes industrias, su emprendedor carácter, su orden, su disciplina, Mili siempre luchó por transformar el mundo, por corregir lo que estaba mal, guerrera en un mundo en el cual ser mujer no es fácil siempre con una sonrisa y un consejo. Ella me enseñó a no aceptar todo sólo porque siempre se ha hecho así, a romper paradigmas. Recuerdo bien como en nuestro grupo de trabajo nos esforzábamos para ir con una idea, proyecto o propuesta que fuera perfecta ante sus ojos y salir de su oficina con una nueva perspectiva, que mostraba que había tanto que hacer y aprender.

 
No puedo dejar de agradecer la increíble suerte que tuve al encontrármelos en mis primeros años laborales y añoro los tiempos en que sabía que ante un problema podía acudir a ellos aunque fuera para escuchar “Tú ya puedes salir sola de eso”.

 
Después de ellos han pasado muchas personas jefes malos, aprendices, regulares, aterradores, maquiabélicos, tibios, soñadores, sordos, lejanos y hasta alguno que ni siquiera merece el título. Aunque debo decir como pie de página que excluyo a alguien de esta lista ya que más que ser mi jefe se convirtió en mi mejor amigo y hoy parte de mi familia para siempre. De los primeros debo también decir que aprendí mucho sobre lo que no hay que hacer, no hay que provocar, la línea que no quiero cruzar y en lo que no me deseo convertir.

 
Pero los años pasaron, una vez que me tocó el privilegio de orientar a alguien empecé a entender y aprender más de Mili y de Manuel, seguro que he cometido errores, seguro que he tratado de enmendarlos y seguro que tengo aún mucho que aprender, pero trato de no olvidar a cada una de las casi ciento treinta personas a lo largo de estos años han confiado en mí, que han venido a buscar que los escuche aún sabiendo que no siempre escucharán lo que quieren oír y que aún ahora estando en diferentes nóminas me buscan. Tengo un compromiso con ellos que no termina ni se determina con un contrato y siempre me sentiré orgullosa de sus logros. El compromiso de haber tenido en mis manos por períodos breves o largos su desarrollo profesional. Así como Manuel y Mili me ayudaron en el mío.

 
Manuel… gracias, Mili… gracias.

 
  • Mortadela picada muy finamente
  • Cebolla picada muy finamente
  • Queso Manchego rallado
  • Pan Integral

 
Se fríe la mortadela picada con la cebolla se arma el sandwich y se pone en la sandwichera. Es el sandwich favorito de Manuel y que jurábamos quienes le reportábamos que debía tener cualidades mágicas para aguantar el ritmo de trabajo que llevaba.